martes, 5 de agosto de 2008

Laberinto a Voegele
(Hacia una reformulación de la realidad)

“...Di questa costa, là dov`ella frange
più sua ratteza, ñaque al mondo un sole,
come fa questo talvolta di Gange...”

Ya en el descubrimiento que se realizó en el grupo escultórico que se encuentra en La Basílica de San Francisco (Alsina y Defensa, Capital Federal de Buenos Aires) podemos encontrar el mejor ejemplo del arte codificado y mediado, y no solo en ese descubrimiento, sino en el conjunto de relaciones que la escultura ofrece. Podemos decir que la totalidad del grupo escultórico nos sugiere, mucho más y no sólo unos papeles viejos en la cabeza de una estatua. Dicha representación esta constituida por San Francisco de Asís, Dante Alighieri, a su derecha, a su izquierda, Giotto di Bondone y en posición de reverencia, Cristóbal Colón. Decimos que el aspecto mudo de esta formación, no es en vano, y lo llevaremos como directriz que recorra nuestro horizonte de acertijos; el caso más apasionante de la codificación sistemática de una obra que en su momento tuvo una función especulativa y concreta, propuesta por la siempre dominante ideología de la iglesia y veremos por esto su mediatización de sentido. Hoy, la función representativa de la obra, modificó su patrón de referencia y tal vez podamos asignarle el sentido verdadero que supone. Un sin fin de preguntas nos trae este hallazgo interesante, desde muchas perspectivas.
En primer lugar, el autor, Antonio Voegele, Austriaco, nacido en Pradl, distrito de Innsbruck, del cual uno podría preguntarse eternamente sin tener una respuesta satisfactoria o un eco siquiera de aquella existencia, y después de buscar sus pasos por doquier, hallamos que la mejor referencia a si mismo, es la escultura en sí. Nació en 1860 y murió en 1924, probablemente, esperando este momento. Era un hombre taciturno y no muy alto. Paciente, quizá, el mejor adjetivo. Hasta donde puede saberse vivió en la calle Juncal 2437 y poseía taller propio.

Poco, realmente muy poco.

En el testamento del arquitecto de la obra, el señor Ernst Sackman, alemán él, quien se encargó de renovarla y en 1911 la presenta como el “Nuevo templo” con una fachada preciosista y de un Barroco, estilo bávaro que deslumbra, quitando todo los detalles del antiguo templo español del cual solo habían quedado el altar y unos cuantos objetos que se perdieron en la quema de iglesias de 1955 donde se perdieron las estatuas de San Francisco -valga la redundancia- y San Roque. La referencia que se hace en el testamento, al escultor Antonio Voegele, es mínima, tal vez efímera, para un trabajo de tal envergadura. El trabajo de Voegele se hizo sobre la base de un grupo escultórico que se haya en Nápoles y del cual se desconoce la autoría pero se tiene la certeza que es a semejanza de este. El problema radica que hay una pequeña diferencia entre el de la Basílica de San Francisco y el que se haya en Nápoles y es el gesto que imprime con su cara San Francisco. En el rostro del San Francisco que esculpió Voegele puede notarse un rictus de enojo o cierta molestia y es algo que se marca facticamente. Preguntémonos ¿A quién mira el Santo? Efectivamente, esta mirando a Colón, Cristóbal Colón. Doblemente afirmado, porque es doble su efecto sobre el futuro. Por un lado el Genovés nunca estará libre de culpa al haber desatado un infierno sobre América, pero por el otro, ¿Le incumbe el horror que levantó el conquistador sobre nuestras tierras? La función del Genovés, es de oxímoron y es esa pregunta la que nos otorga la mirada de Francesco, que a su vez recae sobre el transeúnte que pasa, porque se llega a abstraer de su fijeza y nos hace participe, a nosotros receptores, de su enfado. El doble problema de Colón, que es quien esta en posición de reverencia, es entonces, el de ser el propulsor de la muerte y por otro lado, que el mismísimo Colón pidió asidero a un grupo de Frailes Franciscanos de Portugal para realizar su expedición y fueron ellos quienes le dieron asilo en una de sus estadías en Portugal. Cristóbal era parte de la tercer orden francisca, la orden de los laicos franciscanos. Evidentemente Voegele entendía esto, ya en el grupo escultórico primigenio, pero al imprimirle un rictus en el rostro, que no era el habitual, que se presentó como diferente en cuanto a la copia, nos hace pensar sin lugar a duda, que el juicio del escultor, toma otro camino muy diverso del que se quiere hacer ver en la obra. Lógicamente la Iglesia no hablará de esto, tampoco los medios ni nadie más lo hará. ¿Para qué hacerlo?

Entonces tomemos el tema por la médula: Francesco es el esposo de Madonna Poberta, es quien predicó tomando al pie de la letra las enseñanzas de Jesús. Desprenderse de toda riqueza, amar al prójimo y darse en servicio sin importar otra cosa más que el Amor de Dios. En efecto, ¿Cómo verá Francesco el trabajo de sus hermanos? ¿Cómo verá Francesco que hay gente que sigue pidiendo para poder comer? No se puede cerrar el tema allí.
No sólo allí.

La aparición de Dante es más que halagadora. El gran Poeta Florentino, si se analiza su vida, pasó embates parecidos a los que tuvo que soportar Francesco. El exilio y la incomprensión, pero supo redimirse con su obra. Dante nombra al santo en el canto XI del paraíso de La Divina Comedia, allí se hace una gran referencia sobre él. Pero no sólo es una referencia de modo de vida sino que también puede serlo si se lo toma como patrón literario de quiebre. Francesco es la nueva poesía que surgía en la idea de un cambio de pensamiento del bajo medioevo. Su ideario de Amor sobre todas las cosa y su “Canto de las criaturas” transformó e inició un cambio profundo en la visión del Poeta con relación al mundo y a la divinidad. Hay una modificación en el pensamiento que comienza a gestarse y luego se conocería como renacimiento Italiano de la mano del tercer término del grupo escultórico que es nada más ni nada menos que Giotto di Bondone, el hombre bisagra entre la pintura bizantina y el renacimiento. Este se relaciona con ambos no sólo por su procedencia, italiana, florentino como Alighieri, sino también por haber pintado la pasión de San Francisco y los distintos episodios de la vida del Santo. Dante lo sitúa en el purgatorio, canto XI (misteriosamente, igual que a Francesco) de La Divina Comedia (y para mayor información, se dice que Dante y el pintor se conocieron en vida y mantuvieron una relación de amistad) Giotto marca claramente el estilo que el escultor debe seguir para hallar la mayor fidelidad en la representación. Es el patrón de referencia que la obra sigue y desde quién debe establecerse la analogía. Entonces, este trío nos cae a la perfección para pensar una triple relación de ambos. Francesco, se puede decir que incidió en ambos y se pueden trazar paralelismos diversos a partir de aquí. El único que desencaja es el señor Colón y es aquí donde volvemos a centrarnos una vez más. Dijimos que este hombre se podía relacionar de alguna forma con los franciscanos y eso alcanzaría si uno ve el grupo escultórico de Nápoles, pero con el nuestro, el sudamericano, tenemos el problema que ya marcamos, el rictus de Francesco. Dijimos que la mirada de Francesco es una mirada inclusiva, que alcanza a Cristóbal y al receptor. Una mirada que exhorta al hombre desde su posición, desde arriba y estaría protegiendo al Poeta y al Pintor, es decir, al artista. La reverencia de nuestro amigo Colón, podría ser la reverencia del ser humano, la búsqueda de redención. Pero ¿Qué arte es el que protege el Santo? Si pensamos nuevamente en Alighieri, pensamos en el arte como símbolo de representación de una realidad golpeada y castigada. Con sus cantos supo desnudar toda una época y poner en el infierno aquellos que atentaban con corrupción a la Florencia que tan mal lo vio partir. El arte como un medio o como una herramienta de lucha. En el caso de Giotto, tal vez es una búsqueda que se relaciona con la innovación y la búsqueda de nuevos caminos en la manera de la representación. Giotto se caracterizó por la marcación de rasgos fieles y de suma expresión en sus trabajos y lo logró en representaciones como “Estigmatización de San Francisco” o “Éxtasis de San Francisco”. Figuras que no sólo encallaban en la imitación sino en el humanismo de las representaciones. Y es este humanismo del pintor, al igual que el de Dante, y su nueva visión teocrática de la sociedad y el cosmos el que se impregnan y potencian. Es decir, la posición del hombre como lugarteniente (Palabra cara a Walter Benjamín) de sus actos. No olvidemos que con todos estos cambios se produce la nueva razón humana a la que Dios quiere hacerse inteligible, en lugar de someter al hombre al mero arbitrio de la fe.
El orden de la relación ha sido develado. El Santo protegiendo el arte. El hombre (Cristóbal Colón) reverenciando y pidiendo redención. La mirada de Francesco que se posa en un receptor amplio. Nosotros. Sobre la estructura del ser humano moderno que sigue arremetiendo contra el propio humanismo que tanto Francesco, como Dante o Giotto impusieron con el ejemplo más simple que es la vida, pero para actuar como se piensa, tal vez sea necesario tener algo más, algo que tal vez se entienda en razón de espíritu. El hombre como antihombre se da en toda su totalidad. Es la quinta estatua del grupo escultórico, la que ve el hallazgo, la que mira hacia arriba a Francesco, si es que levanta la vista. Esa es la estatua que hay que refaccionar.

El arte como un medio de representación de lo real, como una forma de entablar relaciones con el mundo existente, que aunque sea o parezca ser copia y a veces se quiera, fiel, jamás lo logra porque es producción viva, de hombre y de contexto. Voegele supo como reelaborar su idea sobre la base de una orden y un pedido. Sobre la base de lo que aparentemente parecía cancino y mudo, no sólo se halló un legado y un mensaje a través del tiempo, sino una relectura de la sociedad moderna. Los papeles viejos quedan a los periódicos que saben guardar en sus anales el efímero paso del tiempo. La mirada de Voegele y sus designios, le quedan al hombre que debe redimirse con sus hermanos, primero, antes que con la divinidad.




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